¡Buenas, compañeros y compañeras!
Después de tanto análisis sobre blogs, portales, MOOC y REA, los alumnos y alumnas de #INVTICUA20 nos hemos embarcado en una actividad vinculada con el fomento de la imaginación y la puesta en práctica de la creatividad literaria. En concreto, en este nuevo post, os traigo un breve relato original sobre un día cualquiera de la educación en 2030 -ojalá haya propuestas tan guays, tbh-.
La única indicación con la que contamos para la realización de esta entrada es que se trate de un “cuento del futuro” que describa nuevos horizontes de la didáctica de la lengua y la literatura. Como sabréis, si habéis leído mis anteriores publicaciones, siempre que se nos da a elegir, yo me decanto por la segunda, así que esta vez no iba a ser menos, y he articulado mi relato en torno a una de mis obras favoritas, Cien años de soledad, de ahí que lo haya titulado “Cien años de realidad aumentada” -claro guiño a esta sublime creación del magnífico Gabo-. Allá vamos.
Tan pronto como acabó de tocar el timbre que indicaba el comienzo de la quinta clase del día, dedicada a Literatura, los alumnos de cuarto curso de ESO se agolparon en la puerta, con mucha impaciencia, esperando la llegada de su estimada profesora.
Cinco minutos después, y como cada viernes desde que cambió el encorsetado sistema educativo, ya se encontraban todos los discentes formando un círculo sobre la moqueta del aula de Fomento de la Lectura, dispuestos a comenzar una nueva sesión con los libros y los smartreaders del Ministerio de Educación listos para la acción, a excepción de Eva, quien acostumbraba a ser algo más despistada que el resto. Entonces, empezó el turno de lectura en voz alta, que conseguía teletransportar al alumnado a otra realidad.
La profesora supo cómo captar poderosamente su atención desde que habló por primera vez de las maravillas acontecidas en Macondo, un lugar utópico sobre cuyo aspecto ya habían empezado a fantasear en el recreo anterior.
Cuando comenzaron a leer sus primeras líneas, cogieron sus dispositivos electrónicos educativos para escanear el código de esa página y ver, por fin, una proyección de este pueblo gracias a la realidad aumentada:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
Estas máquinas permitían seguir la historia que estaban leyendo con mayor facilidad hasta conocer cada uno de sus mínimos detalles gracias a la realidad mixta en tiempo real, que facilitaba el acercamiento y la interacción entre la ambientación de la obra y los lectores allí presentes.
A esta increíble descripción, con la cual quedaron maravillados, siguieron muchas otras vinculadas con la creación del mundo que presenta García Márquez en sus páginas. Así, semana tras semana, fueron familiarizándose con cada uno de los personajes de las distintas generaciones que pueblan dicho lugar, y desarrollaron una gran empatía al reflexionar sobre las acciones llevadas a cabo por cada uno de ellos y sobre sus personalidades, afines a unos u otros.
Las ganas de que llegase la quinta hora de los viernes crecían exponencialmente a medida que pasaban las últimas semanas. El clímax de la intriga, la tensión y la expectación que despertaba cada palabra narrada magistralmente en esta historia llegó con la progresiva destrucción de Macondo. Aquel paraíso primitivo al que se habían acercado desde hacía unas semanas desembocaba paulatinamente en su apocalíptico final, arrastrando consigo a los habitantes que poblaban sus tierras:
“Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Por suerte, la tristeza del desenlace no duraría mucho, ya que la profesora había escogido este libro para despedir el curso y, tras su final, daba comienzo el verano, con tres meses por delante para recrear cada una de las lecturas, cuya experiencia habían conseguido exprimir gracias a este nuevo plan lector, y para esperar con ansias el nuevo curso que estaba por empezar.
Ojalá llegue a transmitir el amor por la literatura como esa profesora lo consigue con sus alumnos y alumnas. Creo que no hay nada más bonito que contagiar el amor que sentimos por algo a quienes están a nuestro alrededor.
Espero que os haya gustado este brevísimo relato en forma de homenaje a una de mis obras preferidas sobre las posibilidades de la educación en el futuro.
Nos leemos pronto.
Raquel.
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